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Lo que la pandemia nos dejó: cómo y cuánto nos afectó el miedo y la incertidumbre

No solo ha amenazado la salud física de millones, sino que también ha causado estragos en el bienestar emocional y mental de las personas. Todo lo que sabemos -hasta ahora- sobre el origen y las consecuencias de los miedos e incertidumbres provocados por la crisis.

Las agencias de salud y los expertos advierten que se aproxima una ola histórica de problemas de salud mental: depresión, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático y suicidio

(Shutterstock)


La pandemia de COVID-19 y la cuarentena siguen siendo los temas transversales a la realidad argentina. Las medidas sanitarias se siguen evaluando día a día según el desarrollo de los acontecimientos, con el objetivo de aplanar la curva de contagios por COVID-19 y no sobrecargar el sistema de salud. En ese sentido, sin una vacuna para el virus a la vista y con el problema lejos de solucionarse en gran parte del mundo, por el momento es imposible pronosticar cuándo la vida volverá a la normalidad.


El aislamiento social, preventivo y obligatorio comenzó a regir en Argentina a las 00 horas del viernes 20 de marzo. Más de cien días más tarde, el país está al borde de otra crisis de salud: el trauma psicológico. Las agencias de salud y los expertos advierten que se aproxima una ola histórica de problemas de salud mental: depresión, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático y suicidio.


Cuando las enfermedades atacan, dicen los expertos, proyectan una pandemia de lesiones psicológicas y sociales. Esta “sombra” a menudo es persistente a la pandemia por el virus y continúa atacando por semanas, meses e incluso años. Y recibe poca atención en comparación con la enfermedad, a pesar de que también devasta familias, daña y mata.


Según una investigación publicada en el Centro Nacional para la Información Biotecnológica de los Estados Unidos (NCBI por sus siglas en ingles), el impacto a largo plazo en la salud mental de COVID-19 puede tardar semanas o meses en ser completamente aparente, y manejar este impacto requiere un esfuerzo concertado no solo de los especialistas de la salud mental, sino del sistema de atención médica en general.


El coronavirus ha transformado todo lo que creíamos saber sobre nuestra vida cotidiana y nuestra salud en una especie de mundo extraño donde la gente lleva máscaras protectoras y las personas se encuentran en su celular. Las encuestas muestran que las personas sienten que su salud mental empeora todos los días y los gobiernos y las organizaciones benéficas inventan nuevas formas de tratar de limitar el daño psicológico.


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¿Cómo reacciona la mente, el aparato psíquico y el mundo interno de las personas ante la llegada de una pandemia?



El resultado de la sobrecarga informativa es una velocidad espantosa y estéril de pensamientos y una serie de consecuencias físicas y emocionales avasallantes (REUTERS)


“La mente, el aparato psíquico y el mundo interno de las personas reaccionan a la llegada de esta pandemia con mucha angustia porque se trata objetivamente y realmente de una situación angustiante y preocupante. Entonces reaccionamos con miedo y preocupación, y anormalmente con pánico”, sostuvo en diálogo con Infobae Claudia Borensztejn, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina.


Aun así, hay una diferencia entre sentirse inquieto por un tema incierto y estar ansioso hasta el punto de que la preocupación dificulta el sueño y la vida diaria. La sobrecarga de información falsa y la acumulación de preocupaciones tienen nefastas consecuencias en el bienestar físico y psicológico y pueden acelerar la mente a una velocidad aterradora. En la era digital, esto está pasando con una intensidad nunca antes vista.


El resultado de la sobrecarga informativa es una velocidad espantosa y estéril de pensamientos, muchos pensamientos inútiles y una serie de consecuencias físicas y emocionales avasallantes. ¿Por qué las personas se despiertan fatigadas? Porque gastan mucha energía pensando y preocupándose durante el estado de vigilia. ¿Por qué sufren consecuencias físicas a raíz de la ansiedad? Cuando el cerebro está desgastado, estresado y sin reposición de energía, busca órganos de choque para alertarnos.


“El miedo es el virus más grave que puede afectar a los seres humanos. Hace que entremos en pánico y tomemos actitudes irracionales como discriminar a los demás, desarrollar una ansiedad grave y en algunos casos causar depresión y perder la habilidad para reinventar y responder inteligentemente en situaciones estresantes. Debemos tomar todas las medidas recomendadas para la prevención y además, trabajar en nuestras herramientas de gestión de emociones para prevenir que nuestra salud psíquica sea infectada por nuestros miedos, desesperaciones y ansiedades”, explicó en diálogo con Infobae el reconocido psiquiatra, investigador y escritor Augusto Cury, autor de Ansiedad, cómo enfrentar el mal del siglo.


“El COVID-19 -continuó el especialista- es un problema mundial que las personas tenemos que tratar con más racionalidad y menos pasión. Sufrir por el futuro, por desarrollar en nuestra mente la posibilidad de infección atroz, hace que perjudiquemos la salud psíquica y la capacidad de manejar nuestra vida para tomar buenas decisiones. No sabemos hasta dónde la epidemia va a afectar a las personas ni en qué proporciones, pero si el virus afecta a muchas personas vamos a tener que convivir de manera lógica e inteligente”.


¿Cómo afecta la incertidumbre a la salud mental de las personas?


Recientemente, la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a través del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), presentó el décimo informe de una encuesta denominada “Crisis Coronavirus”. La primera edición fue presentada incluso antes de que se estableciera la cuarentena obligatoria en el país y cuenta con una actualización constante cada diez días. Este último documento refiere a los 100 días de cuarentena en el país y cómo el confinamiento afectó a los ciudadanos argentinos en materia de salud mental, económica y de consideración de gestión política.


Según este informe, transcurridos más de 100 días de cuarentena, los indicadores negativos de salud mental siguen creciendo en intensidad y se sitúan en los valores más altos de toda la serie de mediciones. Todo el abanico de sentimientos y emociones negativas asociadas al malestar psicológico han crecido respecto de la medición al día 70 del confinamiento.


La incertidumbre, relevada en este estudio a través de tres preguntas diferentes, sigue apareciendo como el sentimiento omnipresente. Sin embargo, en contraste con la nube de palabras obtenida a los 70 días de cuarentena, se observa que, en términos relativos, la incertidumbre ha cedido un poco y han ganado centralidad palabras que remiten a emociones negativas más profundas y graves como angustia, tristeza y depresión. Al tiempo que aparecen palabras con significados más extremos que deben alertarnos, como “desesperación”. Espontáneamente, las palabras que aparecen con mayor frecuencia para describir un aprendizaje o experiencia positiva son: “nada/ninguna” (muy mayoritario) y “unidad/unión”.


“La dinámica y evolución de estas emociones parece confirmar nuestra hipótesis expuesta en el informe anterior, en el que señalábamos que la incertidumbre constituye el núcleo cognitivo-emocional sobre el que se anclan y desarrollan el conjunto de las emociones negativas, que crecen al amparo de las incertezas que invaden todos los aspectos esenciales de nuestras vidas”, advierten los investigadores.



Parece indudable que el tiempo de confinamiento (y sus consecuencias en el plano económico), correlaciona negativamente al deterioro del malestar psicológico


Y aseguran: “En tal sentido, la incertidumbre inhibe la construcción de nuestros proyectos de vida, nos impide tener una visión de futuro. Hoy no sólo estamos encerrados en nuestros hogares 24x7, lo cual ya es perturbador para todas las relaciones interpersonales y familiares, sino que asistimos con perplejidad e impotencia al derrumbe económico del mundo exterior. Por eso afirmamos que no es sólo el encierro, es fundamentalmente lo que estamos viendo sobre el mundo que nos espera cuando al fin podamos salir”.


En contraste con los resultados del estudio anterior (a los 70 días), se observa que han escalado posiciones todo el espectro de emociones negativas como “temor al futuro”, “angustia”, “bronca” y “desesperanza”; al tiempo que han quedado en los dos últimos lugares “optimismo” y “tranquilidad”. Esto lleva a hipotetizar que la incertidumbre ha comenzado a catalizar gran parte de los otros sentimientos y emociones negativas. Esta invade todos los ámbitos de la vida (salud, trabajo, familia, economía, proyectos de vida, etc) y constituye una verdadera “incubadora” de inseguridad, estrés, ansiedad, angustia y temor al futuro.


“La incertidumbre es lo peor que le puede pasar al sistema mente-cerebro. Si hay algo con lo que este no se siente cómodo es con las incertezas. El tipo de incertidumbre que vivimos los argentinos hoy tiene dos agravantes: por un lado, que ya paso mucho tiempo y por lo tanto es una incertidumbre que demora todos los planes y proyectos que el ser humano necesita y está acostumbrado a realizar; y por el otro, que esta incertidumbre es multidimensional”, explicó a Infobae Gustavo González, director del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la UBA y uno de los líderes del informe.


Para el especialista, sobre esta “ceguera del futuro” nuestra mente trabaja llenando los agujeros negros de nuestro conocimiento de ideas, presentimientos, creencias entre negativas y catastróficas, alimentando así la ansiedad y la angustia por el provenir. “Frente a un mundo incierto el ser humano tiende a la parálisis, a no tomar decisiones o tomar a las incorrectas, basándose en predicciones sobre lo que pueda llegar a pasar”, sostuvo González.



¿Por qué el pánico también es contagioso?


La psicosis y el temor que despertó la nueva epidemia en los adultos también afecta a los menores, quienes son más vulnerables a la sobreinformación y miedos infundados (Shutterstock)


“La preocupación -continuó Borensztejn- es un signo de conexión con la realidad. El pánico sin embargo, no lo es. El pánico no deja vivir a las personas y tenemos que seguir viviendo con las restricciones que nos impongan. Ambos sentimientos se contagian. Sin embargo, existe una diferencia entre el miedo y el pánico. El miedo es el miedo a una amenaza real, a algo que está pasando. El pánico, por su parte, tiene ese plus de irracionalidad, de desborde y de angustia”.


Para Harry Campos Cervera, médico psiquiatra y psicoanalista, la ansiedad está “muy montada sobre la información de los casos actuales, en la sensación de la propagación enorme y en la fantasía de que nadie va a poder escapar de esto”. “Entre las personas, resuena mucho la cantidad de muertos y eso contribuye a la ansiedad como si la enfermedad fuera per se una enfermedad mortal, cuando la tasa de mortalidad es menor que la de la gripe común. La personas tienen que informarse. Lo más importante para combatir la ansiedad es la información”, indicó consultado por Infobae el experto.


“Los riesgos de contraer enfermedades existen y existieron en todas las épocas, esto es una realidad. Pero también hay que plantear una cuestión que muchas veces se pasa por alto: muchas veces las personas tendemos a poner afuera temores que tenemos adentro y el pánico que -por momentos exagerado- depositamos en el coronavirus suele estar tapando otros miedos y complejos personales, el problema de esta manera se desplaza”, expresó consultada por este medio la psicoanalista Fiorella Litvinoff.


La psicosis y el temor que despertó la nueva epidemia en los adultos también afecta a los menores, quienes son más vulnerables a la sobreinformación y miedos infundados. “Hay que tener mucho cuidado con los miedos que se generan en los chicos. Son la población más vulnerable. No tienen los mismos recursos cognitivos ni emocionales para manejar el miedo”, explicó a Infobae la licenciada María Laura Santellán (MN 18842), psicoterapeuta especializada en adolescencia.


Y agregó: “Vivimos en un mundo donde hay exceso de información. Poro todos lados recibimos constantemente una batería de noticias, comentarios y anuncios por distintos canales, que tienen variada intensidad y muchas veces son redundantes. Pero al recibirlo, no medimos los efectos colaterales que esto produce en nosotros y en los niños, que también tienen llegada a las redes sociales y medios de comunicación”.


Volver a la rutina es una de las recomendaciones específicas que han realizado para grandes y chicos todo tipo de organismos especializados en psicología, con la Organización Mundial de la Salud (OMS) al frente. Además de tener un menú informativo sano e intentar normalizar la situación, los especialistas indican que debemos centrarnos en lo positivo, buscar apoyo afectivo en el entorno, evitar la estigmatización de las personas afectadas y, también, recurrir al humor como válvula de escape ante el tsunami de virología.



¿Cómo lidian con la incertidumbre, el estrés y la ansiedad aquellos con afecciones mentales preexistentes?

Los tratamientos interrumpidos, el aumento de la ansiedad y el aislamiento forzado pueden causar daños duraderos, especialmente a aquellos con enfermedades mentales preexistentes. Sin embargo, para otros, no tener que enfrentarse al “exterior” puede ser un alivio (Shutterstock).


El coronavirus ha sumido al mundo en la incertidumbre y las constantes noticias sobre la pandemia pueden parecer implacables. Todo esto está afectando la salud mental de las personas, independientemente de si tienen una enfermedad mental diagnosticada.

“En la práctica se observa que a aquellas personas que padecían determinados cuadros ansiosos sociales antes del brote, a las que lo que les producía un mayor componente de estrés era salir al exterior cotidiano (a su trabajo por ejemplo) y que lo hacían a expensas de mucho malestar, esta situación que teóricamente tendría que afectarlos mucho más, por lo contrario, los relaja”, explicó en diálogo con este medio la doctora Liliana V. Moneta, psiquiatra y psicoanalista infanto-juvenil, presidente honoraria del Capítulo de Psiquiatría Infanto Juvenil de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.


Para la especialista, se trata de una laxitud superyoica, con la cual se manejan para superar sus inhibiciones. “Algo así como que para realizar sus tareas rutinarias en el exterior deben armarse con defensas obsesivas para que puedan salvar sus inhibiciones. Claro está, al disminuir ese ‘deber ser’ se relajan y están ‘a sus anchas’ y por eso no les afecta tanto. En cambio, a aquellos que construyen la mayor parte de su andamiaje diario en el exterior, esto los afecta”, advirtió la especialista.


Aun así, para Agustina Fernández, psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, permanecer en la casa obligados por la cuarentena no es vivido por todos del misma modo. “Las características de personalidad de cada uno influyen en la forma de sobrellevarla, incluso de sufrirla. Hay para quienes la amenaza del virus les activa rasgos persecutorios propios y los lleva a extremar medidas de seguridad que se transforman en grandes rituales obsesivos cotidianos. Otros, con rasgos más fóbicos se sienten más cómodos y seguros permaneciendo en casa, sin verse obligados a interactuar demasiado, llevan mejor el poco contacto. Y aquellos que llevan un mundo social intenso, disfrutan de salidas y encuentros con otros, padecen esa limitación con mayor intensidad”, dijo en diálogo con Infobae.


Para algunas de las millones de personas con trastorno de estrés postraumático, trastorno obsesivo compulsivo u otras formas de ansiedad, el coronavirus es una amenaza creciente para la salud mental. La hipocondría o trastorno de ansiedad por enfermedad es una afección psiquiátrica en la que una persona tiene ansiedad extrema de tener o desarrollar una enfermedad. Su ansiedad puede aumentar hasta el punto de que afecta la vida y las relaciones cotidianas.


“Las personas afecciones de ansiedad social previas sufren menos porque no están expuestas al intercambio social, y eso las alivia pero sufren por otros motivos: la incertidumbre y el miedo a enfermarse y/o a morir”, aseveró Elsa Wolfberg, psicoanalista y psiquiatra de la APA.


Los hipocondríacos generalmente tienen una de dos reacciones instintivas: bloquear completamente el pensamiento, lo que refuerza su severidad imaginada, u obsesionarse con el miedo y comenzar a investigar el virus y todos sus síntomas.


Otra compulsión muy frecuente es la búsqueda de tranquilidad. Escuchar las noticias y hablar con todos. Sin embargo, cualquier alivio es muy breve porque incluso si se tranquilizan, es solo hasta que hacen la siguiente pregunta, “¿Pero qué pasa si?”.

Una persona con ansiedad por la salud percibirá las pautas de los expertos de la salud como insuficientes. Y en vez de lavarse las manos durante 20 segundos, quizás lo hagan durante un minuto. Tal vez usen desinfectante para manos justo después de enjuagarse. Se trata de una pendiente resbaladiza que conduce a una serie interminable de compulsiones y simplemente mantendrá la ansiedad.


Más allá del estrés agudo y la ansiedad, los psicólogos dicen que el encierro está comenzando a desencadenar problemas más profundos, que incluyen depresión y trastornos compulsivos, que pueden ser aún más difíciles para las personas con afecciones de salud mental preexistentes. Los llamados a una mayor higiene pueden acentuar los trastornos obsesivo-compulsivos, alguien que sufre de depresión podría empeorar aún más en ausencia de rutinas, y un alcohólico podría volver a beber sin reuniones de grupos de apoyo físico, advierten los psiquiatras.


Claudia Bregman, psicoterapeuta miembro de la Comisión Directiva de la Fundación Aiglé, sostiene que frente a lo que nos toca vivir, lo primero que se hace presente en la conciencia de las personas es la incontrolabilidad de la situación. “No por estar recluidas las personas con afecciones de ansiedad preexistentes están tranquilas. El contexto adverso obliga a todas las personas por igual a estar aisladas, es angustiante y causante de ansiedad y depresión”, expresó consultada por este medio.


Los nuevos tipos de estrés e insomnio que provocó la pandemia


En este contexto, los problemas del sueño no son infrecuentes: según la Fundación Nacional del Sueño, aproximadamente el 30% de la población general se queja de trastornos del sueño, y aproximadamente el 10% experimenta síntomas consistentes con el diagnóstico de insomnio.


La crisis del coronavirus ha agregado nuevos factores estresantes que podrían elevar estas cifras. Según los expertos, el aislamiento está teniendo un impacto sustancial en el sueño. Para el doctor Eduard Estivill, médico y especialista en medicina del sueño de la Clínica del Sueño Estivill y la Unidad del Sueño del Hospital de Catalunya, existe un aumento considerable en los problemas de sueño relacionados con COVID-19.


Según el experto, esto tiene que ver con la sensación general de desconcierto que ha provocado el coronavirus. Como explica Estivill, dormir mal es un signo de algo real y tangible. En general, se puede atribuir a “la acumulación de tensión y ansiedad durante el día”, dice. En tiempos de pandemia, la incertidumbre también puede generar mayor estrés y ansiedad.


“Este estrés que estamos experimentando ahora no es el mismo que experimentamos en el día a día normal antes de la crisis, el tipo causado por el trabajo, la familia y las relaciones personales. Este estrés no tiene nada que ver con eso; el estrés causado por la salud, la vulnerabilidad económica y la incertidumbre general son diferentes. La sensación de inquietud se cierne sobre nosotros las 24 horas del día y esa desorientación es alimentada por la sobrecarga de información a la que muchas personas están sujetas”, asegura Estivill.


Además de la incertidumbre causada por la pérdida de trabajo, la ausencia de rutinas sociales y personales, y la sobrecarga de información también están contribuyendo a los trastornos del sueño. Muchos de nosotros estamos trabajando desde casa, en el mismo lugar donde dormimos y vivimos nuestras vidas, lo que obviamente hace que sea más difícil crear límites y desconectarse a la hora de acostarse.


Hay dos problemas principales del sueño que parecen haberse vuelto particularmente frecuentes como resultado del aislamiento, según los especialistas. Por un lado, existe el insomnio inicial, donde quedarse dormido parece una tarea imposible. Por el otro, las personas pueden sufrir trastornos del sueño en medio de la noche, posiblemente debido a pesadillas.


Nuestros sueños se componen no solo de información dura que nuestros cerebros han almacenado, sino también de emociones. La investigación ha demostrado que el aumento de la ansiedad durante el día puede conducir a un contenido más negativo en los sueños. Estos estudios sugieren que nuestros sueños son sensibles a nuestros entornos sociales durante el día.


“En el actual estado de cuarentena, con la amenaza del nuevo coronavirus que asecha y tantas otras preocupaciones cotidianas e inseguridades acerca del futuro, las personas se encuentran en un estado de alerta permanente y con una angustia constante que afecta, entre otras cosas, la función del dormir y el descanso”, explicó Fernández.


Desde no sentirse descansados, tener cambios de humor y experimentar problemas de memoria hasta una concentración deficiente hasta comprometer el sistema inmunológico, una mala noche de sueño puede provocar una serie de síntomas desagradables. Especialmente mientras la inmunidad y el bienestar son de tanta importancia, es imperativo cortar el problema de raíz tan rápido como sea posible.


Es crucial evitar que el insomnio se convierta en una rutina, ya que romper un ciclo de sueño deficiente puede ser más desafiante que eliminar otros hábitos. Particularmente con los trastornos del sueño que surgen como resultado del autoaislamiento, existe el riesgo de que se arraiguen en nuestras rutinas diarias y sean más difíciles de eliminar una vez que finalice la cuarentena.


“Todo aquello que altere el ritmo circadiano de nuestro cuerpo puede causar insomnio. Así como también los malos hábitos de sueño, que incluyen adoptar horarios irregulares de acostarse, realizar actividades estimulantes antes de acostarse, como lo es el ejercicio intenso, dormir siestas frecuentemente y disponer de un entorno de sueño incómodo, tales como temperatura ambiente extrema, luz, sonido y mala calidad del colchón”, enfatizó en una entrevista con este medio el médico neumonólogo y especialista en Medicina del Sueño del Hospital de Clínicas Juan Facundo Nogueira.


¿Cómo ha cambiado la salud mental de las distintas generaciones debido al brote de coronavirus?

Gráficos de la NRC Health, una compañía británica que se centra en recopilar grandes volúmenes de datos de consumidores de atención médica, muestran cómo la salud mental de cada generación se ha visto afectada por la pandemia de coronavirus. Según los hallazgos revelados por la investigación, la generación Z, millennials, generación X, baby boomers y la generación silenciosa informaron sentimientos de ansiedad y depresión.


La disminución de la salud mental fue más experimentada por los millennials y la Generación Z, más de la mitad de los cuales dijeron que había empeorado “algo” o “significativamente”.


Los autores dicen que los hallazgos no son sorprendentes y que se espera que los adultos se sientan ansiosos por que sus vidas han dado un giro tan abrupto durante un período de tiempo tan corto, ya sea con respecto a las órdenes de quedarse en casa, perder sus trabajos o temer enfermarse.


Para el informe, titulado NRC Health National Study, el equipo encuestó a 2.000 personas entre el 3 y el 7 de abril. Los investigadores primero preguntaron cómo había cambiado la salud mental de los encuestados, incluidos los sentimientos de ansiedad o depresión, debido a la crisis de COVID-19.


Más del 40% de todas las generaciones dijeron que su salud mental había “empeorado” durante la pandemia. Casi la mitad de la generación Z y los millennials informaron un empeoramiento de los sentimientos en comparación con el 40% de la generación X, el 38% de los baby boomers y el 35% de la generación silenciosa. Sin embargo, la generación X tuvo el mayor porcentaje de encuestados, un quinto, que dijo que su salud mental había “empeorado significativamente”.


¿Cómo este período de aislamiento físico podría afectar las habilidades sociales de los seres humanos?


Los expertos aseguran que si bien hay poca o ninguna investigación relevante sobre cómo las habilidades sociales de los adultos podrían disminuir después de un período de subutilización, es poco probable que este tramo de interacción social mínima tenga un efecto permanente en la mayoría de nuestras habilidades.


Más bien, dicen, la incomodidad vendrá de negociar la nueva normalidad y los diferentes niveles de comodidad de las personas con lo que es seguro y lo que no. Sin dudas hay una potencial rareza a la que enfrentarse cuando las personas comienzan a volver a relacionarse con la sociedad. Pero, ¿cómo se supone que debemos actuar?

Si bien parece que unas pocas semanas de aislamiento no es un gran problema, es posible que varios meses de aislamiento puedan afectar el desarrollo social de los niños, y las personas con discapacidades pueden retrasarse desproporcionadamente. Para los adultos, el impacto es menos claro.


Hay poca o ninguna investigación sobre el tema, y cualquier comparación potencial no coincide con la situación actual. Las personas que se han conectado con otros a través de la tecnología son especialmente propensas a estar protegidas de la incomodidad del reingreso a la sociedad. Los expertos temen que las personas que han permanecido socialmente aisladas y aquellos que ya padecen afecciones de salud mental como la ansiedad social se enfrenten a desafíos más grandes después del cierre.


Incluso cuando no estamos en una pandemia, suceden situaciones incómodas, y los psicólogos piensan que lo hacen por una razón: para enseñarnos las normas y límites sociales, y evitar que nos equivoquemos de la misma manera en el futuro. Sin embargo, después de la pandemia, tendremos que establecer nuevas señales y ajustarlas en consecuencia, una propuesta especialmente complicada cuando el aspecto “normal” debería variar según la persona.


¿Cuánto tiempo más de aislamiento social es tolerable a nivel psicológico?


“Nuestra principal preocupación es que si esto sigue 20 o 40 días más y seguimos en ese amasetamiento, los indicadores negativos de salud mental se hagan crónicos y las intervenciones psicológicas para revertir estos estados anímicos se acomplejen. No tenemos ningún registro de cuarentenas tan largas, por lo tanto, no hay una respuesta certera sobre cuánto tiempo más en condiciones de aislamiento social son tolerables a nivel psicológico. Ahora, el sentido común, la psicogénesis y la consolidación de malestar psicológico nos hace prever que el tiempo nos juega en contra. Cuanto más tiempo pase, mucho más riesgo hay de que esto se cronifique”, explicó a Infobae González.


“La principal estrategia para contener y para mitigar los efectos que ha tenido y tiene la cuarentena es la consulta psicológica. Para todo aquel que sienta que ya no es el de antes, que comienza a experimentar cuestiones relativamente fáciles de percibir como la ansiedad, el insomnio y la angustia, nuestro consejo es que consulte lo más rápido posible”, advirtió.


En síntesis, desde la perspectiva de la salud mental, la cuestión clave que debería abordarse es el diseño e implementación de un programa de salud mental integral con el objetivo de contener y mitigar el malestar psicológico que están experimentando la mayoría de los argentinos. Es indudable que el tiempo juega en contra, y que cuanto más se extienda la estrategia de una cuarentena estricta como única medicina contra el COVID-19, más graves serán las consecuencias sobre la salud mental, acrecentándose el riesgo de que los indicadores de malestar psicológicos deriven en crónicos y luego sea mucho más compleja y difícil la reversión de la situación.





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